
Sentimos presión autoimpuesta cada día. Hemos de luchar a cada momento con nuestro propio cuerpo que va cambiando.
El país de nunca jamás es aquel en el que ya vivimos y al que nunca volveremos. Cada vez estamos más cerca de la agonía por ser perfectos, por sentirnos guapos, por gustarnos a nosotros mismos porque lo que nos ofrecen y nos venden es la perfección.
Avatares de la vida que nos castigan poniéndonos delante del espejo para darnos una gran bofetada cuando percibimos nuestro reflejo.
La vida pasa y pasa para todos pero ¡Qué triste es a veces, beber de la fuente del paso del tiempo!
Ayunos intermitentes, dietas, tratamientos de belleza, presoterapias ¡Cuánto invertimos en rejuvenecer el cuerpo y qué poco nos esforzamos en rejuvenecer el alma!
Utilizamos casi todo lo que está en nuestra mano para sentirnos más jóvenes y me parece perfecto, pero a la vez me apena porque es contradictorio. Cuánto más nos esforzamos por rejuvenecer nuestro aspecto, más evidente es nuestro envejecimiento.
Esto me hace pensar en lo poco que cuidamos nuestra mente y en lo poco que mimamos nuestra alma. Se me antojan superficiales aquellos que creen poco importante moldear el karma interior. Me entristecen aquellos que menosprecian el cuidado de la esencia interior y se vanaglorian de su exterior perfecto. Pero se nos olvida que cuando ya no haya nada que remodelar, sólo te quedará tu interior y la manera en que te has comportado en la vida.
He aprendido a hospedar a el tiempo cómo un colega que se acopla a mí y me he concienciado que no pasa nada por dejar que asome mi edad, no pasa nada por tener arrugas, por aceptar lo vivido. Nuestra edad, la de ahora, es la edad perfecta.