Hubo una vez que fui un pájaro libre, feliz y contento de la vida que me había tocado vivir. Recorría todos los valles aprendiendo de quienes me encontraba por el camino e intentando guardar en mi memoria todo lo aprendido para que no se me olvidara jamás.
Un buen día llegó un cazador repleto de ganas de enjaularme y acotar mi libertad. Él quería tener un trofeo que enseñar a sus amigos sin darse cuenta que yo era infeliz, que yo vivía triste y conformista porque el cazador me daba pena.
Así pasaron los años encerrado en esa jaula de oro que me ahogaba hasta que un buen día el cazador trajo a otro pajarillo bonito a quien colmó de halagos y buenas intenciones. Yo ya no era importante, seguía encerrado y cautivo sin tener ya el cariño de mi carcelero. Necesitaba huir y salir de esa rueda giratoria que me llevaba siempre al mismo lugar pero no había manera de escapar.
Pasaron muchos años y un buen día el cazador se descuidó dejando mi jaula abierta sin darse cuenta. Aproveché esta oportunidad y volé hasta lo más alto para evitar ser atrapado. Miré desde lejos al cazador y observé cómo lloraba egoístamente por su pérdida sin pensar en la voluntad del ahora libre pajarillo.
Entristecí por aquella otra avecilla que se quedaba en su dorada jaula y que tendría que soportar la indiferencia del cazador cuando encontrara otro pajarillo más nuevo que él.
Yo por mi parte volé libre habiendo aprendido una lección impagable, volar muy alto para que nadie nunca más me cortara las alas ni mi libertad.
E. M§
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